miércoles, 25 de marzo de 2015

Voices from Chernobyl de Svetlana Alexievich

En Voices from Chernobyl, la periodista ‪#‎SvetlanaAlexievich‬ recoge los testimonios de los supervivientes que se vieron afectados por el desastre ocurrido tras la explosión de un reactor de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin (a 18km de la ciudad de Chernóbil): madres, esposas, militares, bomberos, hijas, profesores, parteras, aquellos que huyeron, aquellos que regresaron… todos ellos rodeados de una soledad y una tristeza abrumadoras.
Sobra decir que se trata de un libro en el que la realidad es demasiado cruda como para digerirla de una sentada; de hecho, no creo que se pueda digerir, se queda en la garganta creando un nudo que nos acompaña en toda la lectura. Sin filtros, los testimonios se van sucediendo y tu corazón se estremece contantemente. Dejan de ser perfiles desdibujados de un territorio lejano y se llenan de humanidad; cada testimonio pertenece a una persona, con nombre y apellidos, con una tragedia inconmensurable que empezó el día de la explosión pero que todavía perdura.
Gracias a ellos, las ideas preconcebidas sobre Chernóbil y sus gentes desaparecen y vemos a seres humanos con grandes valores como la lealtad, el amor incondicional hacia los familiares, hacia los vecinos, hacia la tierra. Antes del desastre formaban una comunidad sólida y casi idílica donde unos cuidaban de otros. Ahora, ser de Chernóbil es sinónimo de ser una atracción de circo o un ente monstruoso del que huir.
No quiero resumir sus historias porque tampoco lo quiso la autora. Ser testigo, nada más. Por eso, aquí recojo directamente algunos de los fragmentos que más me han impresionado.
“He started to change—every day I met a brand-new person. The burns started to come to the surface. […] My love. They couldn’t get a single pair of shoes to fit him. They buried him barefoot. [] No one wants to hear about death. About what scared them. But I was telling you about love. About my love…”
“I gave my cap to my little son. He really wanted it. And he wore it all the time. Two years later they gave him a diagnosis: a tumor in his brain… You can write the rest of this yourself. I don’t want to talk anymore.”
“My daughter was six years old. I’m putting her to bed, and she whispers in my ear: ‘Daddy, I want to live, I’m still little.’ […] I want to bear witness: my daughter died from Chernobyl. And they want us to forget about it.”
“She plays ‘hospital’. She gives her dolls shots, takes their temperature, puts them on IV. If a doll dies, she covers it with a white sheet.”

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